El 28 de junio de 1919 en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles fue firmado el Tratado del mismo nombre, que puso fin a la Primera Guerra Mundial. El acuerdo coronaba un proceso de paz, iniciado seis meses antes, con la firma del armisticio que en noviembre de 1918 acordó el cese de las hostilidades. La guerra había comenzado tras el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, ocurrido el 28 de junio de 1914. Pronto el Imperio Austrohúngaro declararía la guerra a Serbia, y Rusia intervendría a favor de esta última. La guerra no tardará en propagarse para enfrentar a los imperios centrales -Alemania, Austro-Hungría y Turquía (más tarde se sumaría Bulgaria)- con la llamada Triple Entente, integrada por Gran Bretaña, Francia y Rusia (luego se sumarían Japón, en 1914, Italia, en 1915, y Estados Unidos, en 1917). Los imperios centrales perdieron la guerra. El Tratado de Versalles implicó para Alemania no sólo su desmembramiento territorial y la aceptación de una deuda de guerra de 33 mil millones de dólares, sino un desarme casi total del ejército y la flota. Por su parte, Austria se vio obligada a reconocer la independencia de Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia y Hungría, y a ver reducido su territorio a un pequeño país del centro de Europa. Las nuevas fronteras delimitadas en el tratado dejaron desconforme a la mayoría de los países, y constituirán el germen de una nueva guerra mundial. Reproducimos a continuación un artículo aparecido en un diario madrileño al día siguiente de la firma del Tratado de Versalles, donde describe el momento de la firma del acuerdo, alude a la dureza de las condiciones impuestas a Alemania y anticipa las dificultades que tendría ese país para cumplirlas. |
Fuente: El imparcial, Madrid 29 de junio de 1919. |
La paz ha vuelto al mundo – Una fecha venturosa en la vida de la Humanidad Ayer, minutos después de las tres de la tarde, fue firmado en Versalles el tratadoEl día con tal angustia esperado al través de casi un lustro, llegó al fin. Ayer se ha puesto la firma al tratado de paz. Virtualmente, la paz quedó hecha el día del reconocimiento del armisticio. Desde entonces la humanidad la esperó como un suceso que podía retardarse, mas no alterase indefinidamente. La alegría del mundo no era, así y todo, completa. Nubes amenazadoras, preñadas de presagios angustiosos, enturbiaban la gran esperanza de los hombres. La paz prometida podía retrasarse demasiado y dar tiempo a que los carbones latentes entre el rescoldo del incendio alzasen otra vez la hoguera devoradora. Esta angustia ha terminado ayer. Desde ayer acaban todos los temores, todos los peligros inmediatos. La marcha del progreso, durante tanto tiempo interrumpida, puede reanudarse y puede acaso afirmar la obra que el suceso de ayer inaugura. Desaparecido el estado de anormalidad que hizo olvidar a los hombres tantas cosas, habrá llegado el momento de un detenido e implacable examen de conciencia que tal vez les lleve al conocimiento profundo de sus errores, y dando el carácter de imposible a la repetición de una tragedia como la que acaba de terminarse convierta el día de ayer en el más grande y glorioso de toda la historia humana. (…) Extraordinaria animación en París Paris 28 (7 tarde) Desde muy temprano París presentaba hoy el aspecto de las grandes fiestas. En todas las casas se han izado banderas, y una enorme muchedumbre se dirigía a los bulevares, cuya animación era extraordinaria. De trecho en trecho se han colocado banderas glorificando a los “poilus”. Todos los comercios han cerrado sus puertas. Las estaciones de Montparnasse, San Lázaro y los Inválidos fueron asaltadas por la muchedumbre que se dirigía a Versalles, y para lo cual hubo necesidad de duplicar el número de trenes. Momentos de ansiedad – El servicio de orden. Comienzan a llegar los delegados – Clemenceau, aclamado. ¿Dónde está Foch? Bajo un cielo gris se ha despertado Versalles esta mañana. Silba una ligera brisa que pliega las banderas de todas las ventanas; la población se ha levantado muy de mañana y se pasea por las largas avenidas. La impaciencia y el nerviosismo se manifiestan en los hechos, sensaciones y sentimientos diversos, el principal de los cuales es el ver disipada la pesadilla que ha durado tanto tiempo. En tanto que se llevan a París los poderes de los delegados alemanes, se efectúa la toma de armas en el cuartel de artillería, donde los versalleses van a aplaudir a las tropas que desfilan a los sones de las bandas de música. Empieza el servicio de orden. Los telefonistas se encargan de sus aparatos, previa la necesaria confrontación. Los húsares se alinean detrás de las sillas. La galería de los Espejos está muy animada; los bedeles van y vienen, numeran los asientos y colocan 70 secantes y tinteros, simétricamente dispuestos. Los dibujantes oficiales se dedican a la labor de hacer esquemas que perpetuarán el recuerdo del aspecto de la sala histórica. En la mesa donde firmarán los delegados se ve un gran tintero de bronce. En la terraza se colocan los oficiales de correos, que respiran el aire fresco procedente del bosque próximo. En el patio de honor están, con su eterna inmovilidad, los mariscales, los condestables empenachados y los grandes marinos de Francia. Luis VIV, Duguay, Trouin, Tourville, en sus estatuas, son un vivo ejemplo de patriotismo. En el hotel Heservoirs, Bell, el ministro alemán, ante los objetivos, cambia de actitudes, y con su cara alegre y la sonrisa en los labios se deja retratar muy complaciente. En el inmenso patio de honor, el general Bracard, en un caballo alazán de pura sangre, dirige el servicio de honor. (…) La muchedumbre espera nerviosa, llena de emoción, la llegada de los plenipotenciarios. En el fondo del patio de honor una compañía de la Guardia republicana a pie, con plumero rojo, presenta armas a los plenipotenciarios, que pasan en coche. Entran los automóviles por la gran verja de la Avenida de París y suben por la derecha del patio de honor, describiendo un semicírculo, pasando delante de la compañía de la Guardia y parándose en la izquierda, ante la escalera de la Reina. El húsar de servicio exige la tarjeta blanca que autoriza la entrada. Pichon llega el primero, a la una y cuarenta y cinco, y continúan llegando sin cesar los “autos” oficiales. En la escalera de la Reina los guaridas republicanos contienen, no sin gran trabajo, a un gran número de curiosos que se deslizan sin tarjeta. Raux, prefecto de Policía, y Guichard, director de la policía municipal, se esfuerzan en asegurar el orden, lo que consiguen de manera completa. Detrás de Pichon llegan el general Beorart, los Sres. Athos, Romanos y Dutasta y el general Dubail. A las dos y quince, en medio de entusiastas aplausos, desciende Clemenceau de su coche, vestido con levita, corbata negra y sombrero de copa. Viene acompañado del general Mordacq y Mandel. Inmediatamente detrás llegan los generales Castelnau y Maunouri. Entran después la Delegación de Liberia, el almirante Renarch, Antonin Dubost, presidente del Senado; la oficialidad del Consejo municipal de París y Venizelos. A las dos y veinticinco llegan Millerand, Delcasse y Pachich, y a continuación el delegado del Japón, Matsui; Pams y el coronel House. Poco más tarde aparecen Paderewski con su señora, la Delegación de Hedjaz y Bratiano, acompañado del general Coanda. Resulta imposible dar cuenta de todos los que van arribando. A las dos y cuarenta y cinco llegan Lloyd George, que es muy aclamado, y Wilson, acompañado de su señora e hija; el almirante Grayson, Sonnino y la Delegación italiana. Un poco más tarde llega Boret. La muchedumbre, impaciente, se precipita en la parte baja de la escalera de la Reina y pregunta dónde están Foch y Pershing. Probablemente entraron por otra parte, pues a las tres en punto cierra el ujier la puerta que da a la escalera de la Reina. La solemnidad ha debido comenzar en el interior. Por encima del palacio vuelan tres biplanos.- Firma del Tratado Los delegados alemanes entran en la Galería de los Espejos – discurso del presidente de la Conferencia – El momento de la firma Versalles 28 (5,50 tarde) En los sitios que ocupan los plenipotenciarios se han puesto unos programas recuerdo de la paz de Versalles. Los periodistas alemanes, que ostentan la cruz de Hierro, están mezclados con sus colegas aliados en el lugar reservado a los periodistas. A las tres todos los plenipotenciarios están en sus puestos y se produce un silencio emocionante. Monsieur Martin, director del Protocolo, sale del salón y regresa algunos minutos después precediendo a los plenipotenciarios alemanes, seguidos de sus secretarios. A las tres y ocho minutos Muller y Bell, que están densamente pálidos, inclinan ligeramente la cabeza y toman asiento en sus puestos. Antes de la entrada de los plenipotenciarios alemanes la Guardia republicana había envainado los sables. Monsieur Clemenceau, que presidía, teniendo a Wilson a su derecha y a Lloyd George a su izquierda, declaró abierta la sesión y pronunció la siguiente alocución: “Señores: Se abre la sesión sobre las condiciones del tratado de paz entre las potencias aliadas y asociadas y el Imperio alemán. El acuerdo está hecho y el texto redactado. El presidente de la Conferencia certifica que el texto que va a ser firmado está conforme con el texto de los ejemplares entregados a los delegados alemanes. Las firmas se van a poner al pie del texto original. Estas firmas valdrán como un compromiso irrevocable que será cumplido y ejecutado en su integridad en todas las condiciones fijadas. En esas condiciones tengo el honor de invitar a los plenipotenciarios alemanes a que se sirvan poner sus firmas”. Los dos plenipotenciarios alemanes se ponen en pie y se dirigen a la mesa, firmando primero el Sr. Muller y después el Sr. Bell, volviendo a sus puestos silenciosamente. Acto seguido, Wilson, seguido de los miembros de la delegación americana, firman y vuelven a sus asientos, sonriendo. Lloyd George y la delegación británica firman a continuación, y siguen después los señores Clemenceau, Pichon, Klotz, Tardieu y Jules Cambon, a los que sigue la delegación italiana, formada por los señores Sonnino, Imperiali y Crespi. La Delegación japonesa cierra la firma de las grandes potencias y comienzan a firmar las potencias de intereses limitados. Comienza la Delegación de Bélgica y detrás de ella Bolivia, Brasil, Grecia, etc. La última firma es la de los representantes del Uruguay, que termina a las tres y cuarenta minutos de la tarde. Monsieur Clemenceau se levanta de nuevo y dice: “Las condiciones de paz entre los aliados y asociados y Alemania están firmadas. Se levanta la sesión. Se ruega a los delegados aliados que sirvan esperar”. Los delegados alemanes, conducidos por los agregados del Protocolo abandonan el salón. (…) Un mensaje de Wilson – Justifica en él las duras condiciones impuestas a Alemania París 28 (11 noche) Mister Wilson ha publicado un mensaje en el que declara que el tratado de paz está firmado y ratificado, y que, si los términos del mismo son observados por completo y con sinceridad, constituirá un privilegio en el nuevo orden de cosas del mundo. “Es un Tratado –dice el mensaje- duro, en lo que se refiere a los deberes y las penalidades de Alemania; pero no es duro si se piensa que la culpa de Alemania era grande y era menester poner las cosas en su lugar. Nada se impone a Alemania que esta nación no pueda hacer y que la impida volver a ocupar el puesto que le pertenece de derecho en el mundo por una observación pronta y honorable de estas condiciones”. Importantes declaraciones de los delegados alemanes Versalles 28 (10 noche) Los delegados alemanes Muller y Bell han hecho las siguientes declaraciones: “Firmamos el tratado sin ninguna reserva mental. El pueblo alemán hará lo que esté en su poder para tratar de conformarse a las cláusulas; pero creemos que la “Entente”, en su propio interés, considerará necesario modificar algunos artículos cuando se dé cuenta de la imposibilidad de su ejecución. No creemos que insista la “Entente” en la entrega del ex Kaiser y de los altos oficiales. El Gobierno central no ayudará a ningún ataque al centro de Policía. Alemania hará todos sus esfuerzos para demostrar que es digna de entrar en la Liga de las Naciones”. con toda la gente de conciencia para luchar por la victoria de la democracia y los derechos humanos en todo el mundo. Estamos contentos de que se hayan unido a nuestro pueblo e hicieran posible que saliéramos de la oscuridad de la celda de la prisión y nos uniéramos al proceso contemporáneo de la renovación del mundo. Les agradecemos muy sinceramente todo lo que han hecho y contamos con que continúen con sus nobles esfuerzos para lograr la liberación del resto de nuestros presos políticos y la emancipación de nuestro pueblo de la prisión más grande que es el apartheid de Sudáfrica. Que triunfe la justiciaQuizás no esté lejos el día en que podamos tomar prestadas las palabras de Thomas Jefferson y hablar de la voluntad de la nación sudafricana. En el ejercicio de la voluntad de esta nación unida de la gente blanca y negra sin dudas nacerá un país en el extremo sur de África que ustedes estarán orgullosos de poder llamar un amigo y un aliado, debido a su contribución a la lucha universal por la libertad, los derechos humanos, la prosperidad y la paz entre los pueblos. Que venga ese día ahora. Mantengamos nuestros brazos enlazados juntos para que podamos formar una sólida falange contra el racismo para que llegue ese día ahora. Asegurémonos, por nuestras acciones comunes, de que triunfe la justicia sin demora. Cuando esto haya sucedido, entonces seremos merecedores del saludo: bienaventurados los que procuran la paz. Gracias por su amable invitación para hablar hoy aquí y gracias por la bienvenida y la atención que han otorgado a nuestro sencillo mensaje. |
Fuente: www.elhistoriador.com.ar |
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miércoles, 27 de marzo de 2013
Tratado de Versalles - Fin de la Primera Guerra Mundial
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