La idea de
progreso
Con la llegada del pensamiento moderno, la idea de progreso
ha sido aquella que nos ha permitido explicar los procesos históricos y los
cambios en las sociedades a partir de un desarrollo evolutivo. El contraste con
la Edad Media era elocuente; a grandes rasgos podemos decir que en ella, el
espíritu religioso dominante afirmaba la existencia de otro mundo en el cual la
humanidad encontraba un estado de felicidad final, bajo la tutela de la
Providencia divina. La vida social estaba atravesada por el despliegue de una
moral de origen divino, dirigida a la salvación de las almas y a una vida
eterna sin conflictos, posterior a la vida mundana. El mundo estaba bajo la
mirada atenta de Dios y la historia de las sociedades no era más que la
realización de una idea trascendente, gobernada por una mirada divina capaz de
anticipar el futuro. De allí el concepto de Providencia, cuyo significado
etimológico, referido a Dios, es “el que ve hacia adelante”.
La modernidad inaugura una nueva concepción del tiempo
histórico: ya no es lo eterno sino lo mundano el objeto de preocupación; ya no
la esperanza y la Providencia, sino el cálculo y el pronóstico. Ya no el
imperio religioso, sino el Estado moderno. Como vemos, si el problema principal
era el de pensar el futuro de la raza humana, el pasaje del mundo religioso al
moderno significaba una administración política del tiempo histórico.
Esto quiere decir que
van a ser las mismas producciones humanas aquellas que marquen el ritmo
evolutivo de la historia. La confianza en la idea del progreso de la humanidad
marcaba un antes y un después: la Edad Media era considerada como una etapa
oscura frente a la luz que traía el progreso de las ciencias de la modernidad.
Les propongo ver el fragmento de un video en el que se
marcan ciertas características del mundo moderno a través de una discusión
política entre estudiantes universitarios. Las posiciones tomadas por los
alumnos señalan tres actitudes distintas. Lo que podemos preguntarnos es si
esas posiciones no suponen a la vez épocas históricas diferentes. ¿Hay
continuidad o ruptura entre ellas? Veamos el video:
Disponible en: www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=50590
Esta confianza en el progreso se ponía de manifiesto en
todos los campos: en la economía, en la filosofía de la historia, en la poesía
o en la filosofía del siglo XVIII en adelante. Desde ya en la evolución de la
ciencia, en tanto el progreso continuo en el conocimiento humano fue la
principal condición del progreso en general. Era la confianza en el desarrollo
de la humanidad, en su mejoramiento, sostenida en el poder de control sobre la
naturaleza.
“Que añore aquel que guste los buenos tiempos viejo (…) En cuanto a mí,
doy gracias a la sabia Natura, Que por mi bien me hizo nacer en esta edad (…)
El aseo, el buen gusto, los bellos ornamentos: Todo hombre bien nacido tiene
esas aficiones Mi corazón inmundo se siente complacido Al ver en torno mío la
feliz abundancia (…) Todos sirven al lujo y al placer mundanales, ¡Ah, este
siglo de hierro es sin duda un buen siglo! (…) Mi muy querido Adán, mi glotón,
mi buen padre, ¿trabajabas tal vez para tus necios hijos? Acaso acariciabas a
doña Eva, mi madre? Reconced, pardidez, que tenías los dos Uñas bastante
largas, algo negras y sucias, Los cabellos hirsutos y mal distribuidos, La tez
bien oscura, la piel gris y curtida. En donde no hay limpieza el amor más feliz
Deja de ser amor: es vil necesidad. (…) En dónde te encontrabas, terrenal
Paraíso, El Paraíso está allí, donde yo estoy.”
Fragmento del poema El Mundano de Voltaire
La Exposición Universal de París de 1889, momento en el cual
se inaugura la Torre Eiffel, muestra el poder del saber moderno a través de los
nuevos procedimientos de construcción, de la innovación en las máquinas, en las
nuevas formas de la poesía o la música, en la minerología, la industria, etc.
Era la celebración mundial del triunfo de las ciencias y el anuncio de de una
época de felicidad y futuro prominente para la civilización.
Es una de las ferias más importantes de la historia, realizada
en la conmemoración del centenario de la Revolución de 1789. Fue visitada por
más de treinta millones de personas durante los seis meses en los que estuvo
abierta. En ella se expusieron todas las novedades técnicas de la época:
máquinas a vapor, sistemas viales, telégrafos, etc. Argentina participó son un
Pabellón enorme y fue premiada la ciudad de La Plata como “Ciudad del futuro”.
La producción en serie extendió a la vida cotidiana los
beneficios de la era tecnológica. Hemos visto las conocidas imágenes del cine
norteamericano, en la que los vendedores de electrodomésticos golpeaban las
puertas de las casas ofreciendo estufas, licuadoras o batidoras eléctricas.
Lejos de vender un nuevo artefacto técnico, lo que ofrecían en realidad era un
modo de vida feliz. Los cambios en la industria y la masividad del consumo a
partir de la década de 1970, sumado al pasaje de lo analógico a lo digital,
esto es de la mecánica a la electrónica, aceleraron aún más el despliegue de la
técnica en todas las áreas. Esto trajo una serie de transformaciones, no sólo
respecto de los nuevos artefactos técnicos, sino en todos los campos sociales.
Una nueva realidad parece imponerse desde entonces. Por ello sostiene el
filósofo italiano Umberto Galimerti:
“Debido al hecho de que habitamos un mundo que está técnicamente
organizado en cada una de sus partes, la técnica no es más un objeto de nuestra
elección, sino que es nuestro ambiente, donde fines y medios, objetivos e
ideas, conductas, acciones y pasiones, e incluso sueños y deseos están
técnicamente articulados y tienen necesidad de la técnica para expresarse. Por
todo esto, habitamos la técnica irremediablemente y sin elección.”
Umberto Galimberti es psicoanalista y profesor de filosofía
de la historia y psicología dinámica en la Universidad de Venecia. Tiene una
prolífica producción intelectual. Entre sus libros se destacan Heidegger,
Jaspers y la decadencia de Occidente, Psique y tecné. El hombre de la era de la
tecnología, Huellas de lo sagrado (2000), inquietante The Visitor (2007), Los
mitos de nuestro tiempo (2009), entre otras.
Diferencia sustancial respecto del mundo moderno: la técnica
deja de ser un instrumento, deja de ser una elección de los hombres, para
volverse condición de posibilidad del hacer humano contemporáneo. Por ello,
otra configuración de las prácticas y la emergencia de otros discursos y de una
nueva trama conceptual. ¿Son cambios sucesivos o se trata de una ruptura?
¿Estamos en un mundo que es continuidad del anterior o es otro distinto?
Como decíamos en la
presentación, desde hace más de cuatro décadas el pensamiento filosófico habla
de que formamos parte de una nueva era. Primero fue llamada post-modernidad, un
término que suponía que la concepción moderna del pensamiento ya estaba caduca
y que era necesario enfrentarse a otras modalidades de construcción de sentido.
Se anunció el fin de la historia, el agotamiento de los relatos, la muerte del
sujeto, el acabamiento de las ideologías; es decir, la conclusión de una manera
de entender el mundo que había durado desde el siglo XVII hasta el último
tercio del siglo XX. Mutación de los lazos sociales, nuevos procedimientos para
la legitimación del saber, un cambio profundo en la construcción del sentido:
la modernidad, como un relato unificador de las acciones humanas, pierde su
vigencia para dar lugar a un nuevo estado de cosas, vinculado a la
informatización de la sociedad y al despliegue vertiginoso de la técnica.
El filósofo francés Jean-Francois Lyotrad
publicó en el año 1979 el libro La condición posmoderna, dando inicio a una
serie de debates sobre los cambios en la sociedad contemporánea. Habla allí del
régimen tecnocrático de las sociedades actuales; del fin de las metanarraciones
que legitimaban el saber de la época moderna; del entorno competitivo actual
que tiende a optimizar su racionalidad. Su libro se inscribe en una crítica
política al sistema actual, a la vez que la descripción de un nuevo estado de
cosas, de una nueva época a la que llama posmodernidad.
Más allá de las diferentes formas de nombrar a esta nueva
época y de los intereses que hicieron de la posmodernidad una forma discursiva
de deslegitimación del pensamiento político, el diagnóstico de una
transformación en las sociedades contemporáneas resulta elocuente.
¿Qué es una
discontinuidad histórica?
A los efectos de analizar las transformaciones de la época
actual, es preciso comprender una dinámica de los cambios sociales que, lejos
de pensar a las sociedades en términos de progreso, busca reconocer las
discontinuidades que se dan en ellas. No hay entonces sucesión sino eventos
singulares que conforman un nuevo entramado discursivo y nuevas formas de ver,
que no se presentan como efectos de lo anterior.
En sus distintos trabajos sobre el surgimiento del mundo
moderno, el filósofo Michel Foucault analiza la emergencia de un nuevo sistema
de pensamiento a partir de los siglos XVII y XVIII, diferente al de la época
anterior, conocida como época clásica. Su análisis está centrado, en
particular, en referencia a los cambios en la medicina y en el sistema penal.
Así en sus libros Historia de la locura en la época clásica y Vigilar y
castigar explica la procedencia de nuevas definiciones o nuevos conceptos en los
dispositivos del saber moderno (la locura o la peligrosidad de los
delincuentes), inexistentes hasta entonces, y de nuevas formas de
procedimientos sobre las vidas de las personas (el encierro). Esto significó la
creación de instituciones que, como el hospital psiquiátrico o la prisión,
respondieran a un nuevo entramado histórico distinto al de la época clásica. A
partir de allí, surgen otros discursos y otros ámbitos de visibilidad: hay un
saber sobre la locura y un saber sobre la criminalidad que en muy poco tiempo
reemplaza a los procedimientos utilizados para los alienados y los
delincuentes.
¿Cuándo empezó a
programarse el hospital como un instrumento terapéutico, instrumento de
intervención en la enfermedad o el enfermo, instrumento capaz, por sí mismo o
por alguno de sus efectos, de curar?
Es preciso preguntarse
cómo ha sido posible un cambio tan drástico; […] qué ha sucedido para que la
cárcel, institución reciente, frágil, criticable y criticada, haya podido
penetrar en el campo institucional […]; a qué exigencia funcional responde.
Importa aquí, no
tanto el objeto de estudio desarrollado por Foucault, sino el análisis de la
irrupción de un nuevo sistema de pensamiento puesto de manifiesto en distintos
campos: en la medicina y en el derecho penal, pero también en las formas de la
pedagogía moderna, o en la emergencia de la sexualidad como parte de la
construcción de la subjetividad moderna, o en el surgimiento de la familia
burguesa como institución de disciplinamiento y control. Campos diferentes que
responden a un mismo dispositivo en el que se reúnen elementos heterogéneos. Se
trata entonces de la irrupción de un nuevo entramado político y social, no de
una sucesión lineal respecto de la época anterior o de una continuidad
progresiva, sino de un acontecimiento. Esto es, una discontinuidad histórica a
partir de la cual el mundo moderno define sus prácticas y sus discursos. Para
ello, para que esta incisión en la historia sea posible, es preciso desactivar
aquellas ideas trascendentes que hacen de los cambios un análisis global e
integrador. El pasaje del suplicio a la prisión, por ejemplo, no es por el
progreso en la humanización de la pena o por una evolución del castigo penal;
si el loco deja de ser un fabulador, como lo era en la época clásica, para
pasar a ser un enfermo mental, no significa que haya una mayor comprensión de
los alienados. Insistimos: no hay progreso o sucesión, sino prácticas y
discursos diferentes, relativos a “exigencias funcionales” distintas y
concerniente a las relaciones de poder propias de cada época.
El concepto de discontinuidad le permite a Foucault
reconocer la emergencia de nuevos problemas y un conjunto de respuestas que se
elaboran en función de las nuevas condiciones históricas emergentes en la
modernidad. En este sentido la idea de progreso resulta un obstáculo para la
comprensión de la época, un modo de suturar las diferencias entre un mundo que
se abandona y otro que emerge. Ahora bien, no cualquier evento nos autoriza a
pensar que allí hay una discontinuidad; es necesaria la gestación de otros
procedimientos, de un emplazamiento diferente para el sujeto, de una nueva
configuración de objetos, de una mutación que plasma otros sentidos en función
de un reacomodamiento en las relaciones de poder. Como decíamos, el loco, por
ejemplo, entendido como un enfermo mental, como un “anormal”, es un
emplazamiento subjetivo relativo a la modernidad. Lo mismo para el delincuente:
si en la época clásica se los sometía al castigo del suplicio público, si era
torturado hasta morir, a partir de la modernidad es tratado como alguien que
puede ser recuperado para la sociedad.
“Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a "pública
retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París", adonde
debía ser "llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un
hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano"; después,
"en dicha carreta, a la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá
sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y
pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió
dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas
se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y
azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado
por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a
cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”.
M. Foucault. El cuerpo de los condenados. En Vigilar y
Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI. Pág.11.
De una muerte cruel pasamos, en muy poco tiempo, al cuidado,
atención y educación del delincuente. ¿Cuál es la razón para este cambio? Desde
una perspectiva clásica se sostiene que es un progreso humanista, una evolución
en las formas de castigo. Para Foucault el motivo de esta mutación es la
necesidad de un aumento en la productividad económica; por ello se los
recupera, porque el incremento de mano de obra es necesario para la economía
capitalista emergente. Asimismo, a partir de este nuevo diagrama, surgen nuevas
instituciones y, con ello, una nueva forma de gestionar a la población a través
de una administración racional del tiempo y de una distribución de los cuerpos
en el espacio. Vamos a ver, en las próximas clases, cómo esta forma se extiende
a la escuela, también gobernada por un principio de productividad para los
alumnos.
Si el soberano requería de la muerte de sus súbditos para la
guerra, el estado moderno administra a esos cuerpos con el fin de volverlos
productivos; si los locos eran enviados a navegar de manera permanente, en la
modernidad se los interna en el hospital psiquiátrico con el fin de curarlos y
reincorporarlos a la sociedad. Se trata entonces de una mutación en las
prácticas, una discontinuidad en la historia que nos permite pensar a dos
épocas sucesivas, no desde la sucesión o el progreso, sino desde las
diferencias.
Siguiendo estos parámetros elaborados por Foucault y
extrapolando su análisis a la época actual podemos preguntarnos si habitamos
nosotros una nueva época, como dicen algunos pensadores actuales, y si siguen
siendo eficaces las instituciones modernas a los efectos de intervenir sobre la
subjetividad contemporánea.
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